¿Somos polvo de estrellas?

La frase, por supuesto, es del gran Carl Sagan, uno de mis máximos héroes culturales. No sería muy aventurado decir que Sagan me enseñó a pensar y, casi simultáneamente, a maravillarme.

Es muy difícil lograr ambas cosas, pero Carl lo hacía sin el menor esfuerzo. Desde el primer libro suyo que leí, aún adolescente, Los Dragones del Edén, hasta el último, El Mundo y sus Demonios (no, por más que lo parezca, no se refiere a Pedro Jota, aunque sé lo que diría el buen Carl de sus conspiranoias), pasando por supuesto por su inmortal obra maestra de la difusión científica, Cosmos, Sagan comunicaba a un tiempo su profundo entusiasmo por el conocimiento, su maravillada reverencia ante los bellos secretos del cosmos y el rigor intelectual del pensamiento crítico.

En una sociedad que no aprecia a la ciencia más que por sus productos tecnológicos, es muy difícil comunicar el hecho de que la ciencia misma, la ciencia pura, pueda producir una profunda emoción estética. Desgraciadamente, el "oído" de la mayoría no está entrenado para percibir las armonías secretas que ya Pitágoras imaginaba. Y sin embargo, Carl Sagan logró comunicar parte de esas maravillosas armonías a un público de tamaño significativo, gracias a su extraordinaria capacidad de crear metáforas e ilustraciones que explicaran los conceptos más abtrusos.

Pero Sagan era mucho más que un gran comunicador y un buen científico. Era un hombre de convicciones, y entre ellas estaba la muy firme de que el pensamiento crítico era la herramienta fundamental para la supervivencia de la civilización, no sólo porque es la base de toda metodología científica, sino porque sin él, pensaba Sagan, sin un debate libre y objetivo, basado en evidencias sólidas y no en prejuicios, sin una capacidad de escucharnos mutuamente y llegar a consensos basados en la razón, la democracia misma estaba perdida. Sagan era uno de esos científicos que estaban persuadidos de la importancia social de que sus voces, en tanto voces de la Razón, fuesen escuchadas. Su compromiso político, como décadas atrás el de Einstein, fue insobornable.

Su último libro es casi una llamada de auxilio. En 1995, poco antes de morir, Sagan veía cómo los demonios de la intolerancia, el oscurantismo, la superstición y los prejuicios amenazaban por todos lados al pensamiento crítico. Los ataques provenían desde el relativamente inocuo misticismo New Age (teniendo en cuenta que ninguna superstición es totalmente inocua) hasta los más amenazadores ataques de los fundamentalismos religiosos.

Diez años después, y sin Carl Sagan para seguírnoslo advirtiendo, es evidente que esos ataques no sólo no han cesado, sino que se han recrudecido. Particularmente descorazonador es ver cómo el debate democrático, en el que Sagan ponía tantas esperanzas, está siendo gradualmente sustituido por la confrontación a ultranza, la descalificación, el prejuicio y la apelación a las emociones más primitivas.

Veamos cómo lo decía el propio Carl:
Pero no sirve de nada tener esos derechos si no se usan: el derecho de libre expresión cuando nadie contradice al gobierno, la libertad de prensa cuando nadie está dispuesto a formular las preguntas importantes, el derecho de reunión cuando no hay protesta, el sufragio universal cuando vota menos de la mitad del electorado, la separación de la Iglesia y el Estado cuando no se repara regularmente el muro que los separa. Por falta de uso, pueden llegar a convertirse en poco más que objetos votivos, pura palabrería patriótica. Los derechos y las libertades o se usan o se pierden.

Un poco más adelante, concluye el libro diciendo:
Si no podemos pensar por nosotros mismos, si somos incapaces de cuestionar la autoridad, somos pura masilla en manos de los que ejercen el poder. Pero si los ciudadanos reciben una decuación y forman sus propias opiniones, los que están en el poder trabajan para nosotros. En todos los países se debería enseñar a los niños el método científico y las razones para la existencia de una Declaración de Derechos. Con ello se adquiere cierta decencia, humildad y espíritu de comunidad. En este mundo poseído por demonios que habitamos en virtud de seres humanos, quizá sea eso lo único que nos aísla de la oscuridad que nos rodea.

Para mí estas palabras son tan admirables como conmovedoras, sobre todo porque fueron escritas como admonición por un hombre en su lecho de muerte. Más o menos por la época en que se publicaron, comencé mi andadura por Internet. Me dedicaba sobre todo a debatir en foros de opinión. Hoy sigo haciendo esencialmente lo mismo (aparte de esta bitácora a la que, al parecer, ya le estoy cogiendo el tranquillo). Había decidido escribir sobre un tema que me preocupa mucho: la creciente irracionalidad de la vida política en España, copiada por cierto de su homóloga estadounidense. Para ello, había pensado escribir aquí un artículo sobre pensamiento crítico... cuando de pronto me di cuenta de que Sagan, por supuesto, se me había adelantado. Cogí su libro de nuevo y, de pronto, comprobé algo que me llenó de satisfacción: todos estos años en la Red, aparte de perseguir algunas de mis obsesiones y entusiasmos, me he dedicado a cumplir la agenda que Carl Sagan delineó, a combatir el prejuicio con argumentos, a atacar la superstición, a desenmascarar la falacia, a buscar que se imponga la verdad a través del pensamiento crítico, ¡a pensar con libertad!

Soy hijo intelectual de Carl Sagan, y casi sin darme cuenta de tan asumido que lo tengo, humilde continuador, en mi rincón del mundo, de su labor. Y eso me llena de orgullo.

No fue el único de mis maestros, pero sin duda fue el más entrañable y el más duradero. Te recuerdo siempre, Carl, cuando miro las estrellas. Sobre todo cuando mi hijo, que también se ha forjado a tu calor, las mira a mi lado.


* * *

Fernando Velasco Sotomayor
feyto4@hotmail.com

Artículo originalmente publicado en:
http://botellamar.blogspot.com/2005/09/somos-polvo-de-estrellas-que-piensa.html

Compartir

Actualidad

Formas de pensar y de actuar, conceptos, aspiraciones, normas, costumbres, etc… la convivencia entre unos y otros nos va reuniendo en células, constituyendo grupos sociales afines -o no- en tanto a intereses, actividades, valores e ideales. Cada sociedad, como organismo vivo que es, se expresa y se adapta dentro de un medio, que a su vez, es modificado por los mismos agentes sociales.

En diversas latitudes se despiertan nuevos temas de interés; se verifican avances científicos y tecnológicos; se adoptan hábitos, modas, tendencias; ocurren hechos cotidianos para unos y extraordinarios para otros; poniendo a nuestro alcance un sin fin de nuevos enfoques y planteamientos para involucrarnos y ser partícipes del día a día en la incesante construcción y - porqué no- deconstrucción de nuestra actualidad.