Continuamos con la selección de fragmentos de obras literarias de escritores mexicanos de los siglos XIX y XX, que con motivo del Bicentenario de la Independencia de México, presenta Claudia Olivia Ferra Rosales.
Ángel de Campo “Micrós” (México, D.F.)
…Se le escapaban algunos detalles o más bien no quería pensar en ellos porque su amor propio quedaba por los suelos. Cornichón se lo hizo comprender en una agria disputa. Quiso botas y no podía andar con ellas, la sofocaba el corsé, se le ladeaba el sombrero, se le despegaba el vestido y no, no. Era preciso confesarlo, no había nacido para rota. La Rumba de tápalo aplomado arrancaba cuchicheos respetuosos a algunos varones, pero la Remedios disfrazada de catrina, era otra cosa, le hablaban de tú los toreros, las señoras decentes la señalaban como paya. El modesto peinado de costurera le daba un aire gracioso; el fleco sobre los ojos, los rizos, verdaderas patillas, que se enrollaban en sus sienes, el polvo de arroz, hacia que la confundieran con una “de esas”.
¿Qué consiguió con andar en coche, vestir de seda y abandonar su casa?
Sentía inmensos deseos de volver a la polvorienta Rumba, abrumadora nostalgia engendraba en ella el poderoso anhelo de respirar la atmósfera del taller, extrañaba el ruido de la máquina, el chocar de las tijeras, la blanca costura y el desnudo maniquí y aquel sordo rumor de mar, aquel vaivén de ruidosa gente que desfilaba frente a la “Casa de Modas”, aquel run-run que arrulló sus primeros sueños de grandeza.
¡Ser rota! Aquellas palabras eran para ella, después del fiasco, sinónimos de imbecilidad.
- ¡Sea por Dios!- exclamó suspirando, mientras Lupita bostezó y dijo:
- Pero de todos modos estás aquí mejor que en tu casa. ¡Qué plazuela aquella! Es de correr… Horrible… Yo me moriría.
- No lo creas, no hay como su casa. No hay como las gentes de uno; ahí no pasaba hambres. Ahorita, donde me ves, no sé qué comer. Cornichón no me ha dado, y por no dejar ni come aquí, dice que se va con unos amigos, ese es su tema, no creas, lo veo preocupado… ¡Quién sabe! No anda bien, tiene ideas muy raras; de todo se enoja… Esa maldita copa, tú, eso es lo que lo tiene así. ¿Dime, qué hago con ese genio? Por ejemplo ahora, ¿de dónde saco? Es capaz hasta de pegarme.
- Mira Remedios, no te dejes; al que se vuelve miel se lo comen las moscas, y al que se pone en cuatro pies lo ensillan…
José T. de Cuéllar (México, D.F.)
La ceremonia religiosa no ofreció nada de notable, y al salir de la iglesia, la comitiva se disolvió en el atrio, dirigiéndose la familia de Rebeca a su casa, y los novios y el padrino a la fotografía de Valleto, a tomar el consabido retrato en que sobresale la novia enseñando un pie con zapato blanco, colocada la cola de manera que ocupa todo el ángulo inferior izquierdo, y destacándose en el fondo oscuro como si fuera una sola figura; y a su izquierda el novio, perdiéndose en el fondo negro, vestido de negro, y víctima del diafragma que fue necesario poner a la máquina para que el traje blanco de la novia saque detalles.
En medio de todas esas contrariedades artísticas, está el novio chaparrito, trigueñito por añadidura, y víctima también de la velutina de la novia que siempre aparece muy blanca, al grado que si se juzgara de la raza mexicana sólo por las fotografías de novios, aparecería que aquí todas las mujeres son blancas y todos los hombres prietos. Para el fotógrafo la novia es lo que importa, para ella es el foco, la luz, el arte, la atención y la estética; el pobre novio es artísticamente menospreciado, es un detalle del fondo, un accesorio como el sillón, la cortina o la puerta; junto a la cual se supone a la pareja matrimonial, en una actitud en que parece estar diciendo “nos está retratando”…
Amado Nervo (Tepic, Nayarit)
Todo pensamiento egoísta del hombre, toda idea envilecida por el deseo excesivo de lucro, por el odio, por la avaricia, por la crueldad, atrae inmediatamente hacia la materia de los planos astral y mental correspondientes y lejos de disolverse, de perderse, permanece en el ambiente de aquel que la ha creado.
Es decir, que (según los teósofos) el hombre no sólo es creador cuando esculpe bellas estatuas, cuando escribe hermosos libros científicos o literarios que elevan el nivel mental de sus semejantes; cuando educa los sentimientos de quienes le rodean, cuando edifica sólidos y admirables palacios de mármol, de caridad o de ensueño. No; el hombre no sólo es creador cuando hace buenas y nobles cosas, sino también cuando piensa y ejecuta actos bajos, innobles, bellacos.
Si cede frecuentemente a ideas de este género, si las ampara y alberga, acaba por crear lo que se llama “formas de pensamiento”, intensísimas, que medran a cada nuevo egoísmo, a cada nueva vileza, a cada nueva prevaricación.
Mientras el hombre vive -esta es la creencia de los teósofos- las formas de pensamientos son invisibles para él, no obstante que lo influyen constantemente. Pero después de la muerte, así los pensamientos propios como los ajenos que a él se refieren, se vuelven visibles, tomando formas importunas de las cuales no puede desembarazarse, porque la atracción que hacia él experimenta es la esencia misma de la naturaleza.
En muchos casos, gracias a estas formas los hombres comienzan a darse cuenta de lo odioso y feo de algunos de sus pensamientos o de lo terrible de los pensamientos agresivos que han hecho nacer, con su mala conducta, en los demás…
Ignacio Manuel Altamirano (Tixtla, Guerrero)
Jueves 21. ¡Qué recuerdos hay! ¡Cómo van a llorar y a pensar en México todos los que nos aman! Hoy hace un año justamente que salimos de México, que dejamos a la familia y a los amigos. El cielo ha querido conservarnos la vida, durante este año transcurrido en el extranjero, aunque pasando no pocas amarguras a causa de enfermedades y de la ausencia de los seres queridos. Si ese mismo cielo no lo impide, dentro de un año estaremos en México entre los nuestros, y no nos separemos más. El día claro y hermoso. Me corté el cabello y me bañé en los baños del Faubourg Montmartre. Después de comer fui al consulado […]
Martes 16. El gran día de la patria; apareció hermosísimo, radiante, caluroso. Un día tan bello como los de México y más bello porque no hay aguaceros. Vamos hoy a almorzar a casa de Virisin. El almuerzo se concertó anoche; yo rogué a Gamboa, Silva y Pasalagua que invitaran a los mexicanos que quisieran asistir a un almuerzo que pagaríamos entre todos para estar reunidos los individuos de la familia mexicana. No sé cuántos irán, pero de seguro contamos con Gustavo, Olarte, Galván, los dos Maderos, los cinco oficiales, Pimentel, Gamboa, Silva, Prida, Genin, Gostkowski, Meulmans, Berancés, Aurelio, Chatuin, Fernández, Pasalagua y conmigo 23. No estaremos tan solos…
Mariano Azuela (Lagos de Moreno, Jalisco)
Por tanto, cuando Altagracia suspiró, “¡ay, cómo pasan los años!”, fue día de su santo entre batas y gorras blancas, muy lejos -por no ahondar más la herida- de la Malhora, de Lenín y de la mística familia de Irapuato. Enferma disfrazada de afanadora, ya con dos miriápodos en el vientre, uno por apendicitis que nunca tuvo y otro por salpingitis que tampoco tuvo -bellas cifras estadísticas de valientes aprendices y futuras glorias de la ciencia médico-bancaria.
Cinco años de letargo o de mens sana in corpore sano; luego un día, sin saber a qué hora, sin saber cómo, sin saber por qué, la náusea por el alimento, la jaqueca por la mucha luz, el mal humor porque lo ven y le hablan a uno o porque no lo ven ni le hablan. Los sueños inconexos, absurdos, enervantes; después el perenne desasosiego, los insomnios que funden la línea curva y dejan colgadas de piel ociosa, todo, aparte de la médica, catástrofe crónica y rítmica. Alma doliente de consultorios, dispensarios y casas de beneficencia, bajo la obsesión eterna del médico y la medicina; la fe en el poder de la ciencia y sus satélites; fuerza portentosa que levanta las almas cojas hasta las cimas más altas de la imbecilidad humana. Afanadora, al fin para respirar el mismo aire de las divinidades buítricas. Sólo que no supo que en los hospitales no están los especialistas para afanadoras. Sólo que no supo retener las palabras del médico megalómano y mártir: “Tu dolencia tiene que ver con las industrias, no con la ciencia médica, criadita sin sueldo”.
Y en el momento nebuloso de su despertar -desmayo importuno en plena clínica- un relámpago impío lo acabó todo: “Esa muchacha a la calle; es mucha música ya”…
Federico Gamboa (México, D.F.)
Era verdad. Aquel ensayo de vida honesta la aburría, probablemente porque su perdición ya no tendría cura porque se habría maleado hasta sus raíces, no negaba la probabilidad, pues en los dos meses que la broma duraba, tiempo sobraba para aclimatarse. Además, el Jarameño infundíale un miedo atroz; sentíalo capaz de realizar sus amenazas, las que todos los amantes formulan y muy pocos llevan a cabo: las amenazas de muerte que se profieren en los ratos de desconsuelo sin causa aparente, al predecirnos un despiadado instinto que el amor fenece si no supimos cuidarlo, que la carne que uno adora y el alma que uno cree aprisionada dentro de la propia, pueden írsenos sin que haya humano poder que las ataje: la carne a otra carne, el alma a otra alma… De ahí la amenaza de muerte, la que todos los amantes profieren y muy pocos llevan a cabo.
- “¡Si un día no me quisieras, te mataba!... ¡te juro que te mataba!...”
Quizás a ese miedo debióse la inmotivada infidelidad de Santa a la voluptuosa atracción que el peligro ejerce en los temperamentos femeninos, la curiosidad enfermiza de desafiar la muerte, de temblar a su presencia y con deliciosos terrores aspirar su hálito helado…
…Santa ve llegada su última hora- ¡todo es rápido, todo es solemne, todo es trágico!-, y se postra de hinojos, mirando hacia la imagen, cuyas velas parpadeantes chisporrotean por lo largo de sus pabilos, como los cirios que alumbran a los muertos recién dormidos…
Igual a un tigre antes de abalanzarse sobre su presa, el Jarameño se encoge mucho, y encogido, abre con sus dientes la faca, la cuchilla de Albacere, de muelles que rechinan estridentes, que suena a crimen. La hoja corva reluce… violentísimamente la baja, con el brazo rígido la lleva hacia atrás para que el golpe sea tremendo, para que taladre el corazón que engaña y el cuerpo que se da, para que la mano se empape en la sangre culpable, en los huesos rotos…
Y la hoja, ¡tal es el impulso!, clávase en las maderas de la cómoda que sustenta a la imagen y sus cirios…
Juan Rulfo (Sayula, Jalisco)
- ¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
- No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
- Haz que te oigan. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.
- No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
- Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
- No. No tengo ganas de ir. Según eso, yo soy tu hijo. Y, si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
- Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
- No.
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
- Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo viejo que estoy. Lo poco que valgo. ¿Qué ganancia sacará con matarme? Ninguna ganancia. Al fin y al cabo él debe de tener un alma. Dile que la haga por la bendita salvación de su alma.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral.
Luego se dio vuelta para decir:
- Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
- La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge…
Juan José Arreola (Jalisco)
…Mareado de verónicas, faroles y revoleras, abrumado con desplantes, muletazos y pases de castigo, don Fulgencio llegó a la hora de la verdad lleno de resabios y peligrosos derrotes, convertido en una bestia feroz. Ya no lo invitaban a ninguna fiesta ni ceremonia pública, y su mujer se quejada amargamente del aislamiento en que la hacía vivir el mal carácter de su marido.
A fuerza de pinchazos, varas y garapullos, don Fulgencio disfrutaba sangrías cotidianas y pomposas hemorragias dominicales. Pero todos los derrames se le iban hacia adentro, hasta el corazón hinchado de rencor.
Su grueso cuello de Miura hacia presentir el instantáneo fin de los pletóricos. Rechoncho y sanguíneo, seguía embistiendo en todas direcciones, incapaz de reposo y de dieta. Y un día que cruzaba la Plaza de Armas, trotando a la querencia, don Fulgencio se detuvo y levantó la cabeza azorado, al toque de un lejano clarín. El sonido se acercaba, entrando en sus orejas como una tromba ensordecedora.
Con los ojos nublados, vio abrirse a su alrededor un coso gigantesco; algo así como un Valle de Josafat lleno de prójimos con trajes de luces.
La congestión se hundió luego en su espina dorsal, como una estocada hasta la cruz. Y don Fulgencio rodó patas arriba sin puntilla”…
Gerardo Murillo “Dr. Atl” (Guadalajara)
…Cuando “la bola” se hizo grande, y Francisco Villa apareció en la escena de la Revolución, saturando con su barbarie la república entera, los rancheros que tenían alguna injuria que vengar, los soldados de fortuna, y los hombres audaces que habían vivido siempre en el campo, subyugados, y llenos de rencor contra las instituciones o contra el patrón o contra algún enemigo personal, se unieron al guerrillero. Julián del Real que era uno de estos últimos, se hizo villista, y durante muchos meses peleó contra enemigos de otros bandos, con una audacia siempre coronada por el éxito. Los carrancistas lo odiaban; pero el pueblo lo adoraba.
Era supersticioso y muy amante de la música como todos los hombres de su pueblo natal. Pero sólo admitía tres músicos en sus fiestas. Los cuartetos no le gustaban. Decía que traían mala suerte...
…Julián del Real, que se había casado esa misma mañana, andaba bailando con una de las muchachas más bonitas del pueblo y la galanteaba con escándalo -por darle en la cabeza a su mujer-. En una de las vueltas que dio por la sala, se detuvo frente a los músicos y los contó varias veces señalándolos con el dedo: uno… dos… tres… cuatro… y otra vez: uno… dos… tres… cuatro…
-Ultimadamente -dijo- yo no he mandado trair más que tres músicos. Aquí sobra uno. Me cuadra muncho que me obedezcan. Sacó la pistola y se la vació en la cabeza al que tocaba el violín.
-Ya lo ve, amigo -le dijo al muerto-, pa que no se ande metiendo donde no lo llaman. Ora sí estamos cabales- agregó enfundando la pistola-. Ya nadie sobra…
Agustín Yañez (Jalisco)
Los muchachos vienen mentando a un tal Francisco Madero, que anda por el Norte diciendo discursos antireeleccionistas; unos dicen que está loco: nada menos quiere figurar como vicepresidente al lado de don Porfirio; otros, que es espiritista y masón, que llegado el tiempo contará con la ayuda de los gringos; otros, que carece de toda importancia, cuando ni el general Reyes ha podido con la situación; éste si que nos llevaría al anarquismo; pero no hay caso: no es general, ni siquiera licenciado: un ranchero de Coahuila; ¿cuándo han venido del Norte las revoluciones?
-“¿Ya lo ven? Pues ustedes han de acordarse de mí -dice Pascual Aguilera, estudiante de quien se rumora que no volverá ya este año al Seminario-; ¿por qué Madero está metiendo tanto ruido, y se hace oír en todas partes, y en todas partes funda el partido antirreeleccionista, y siendo él rico lo siguen los pobres? Así comienzan los apóstoles. Que se anden con cuidado los científicos y se acuerden de la historia de David y Goliat. Ustedes han de acordarse de mí”. Pero nadie comparte la opinión de Aguilera.
En lo que los estudiantes hallan acuerdo es en la opinión de que Reyes no dará la pelea y las cosas continuarán como hace treinta años.
Lucas Macías procura grabarse las señas: -“Un blanco, chaparro él, de barba, nervioso y simpaticón”.
Lucas no sabría explicar por qué desde un principio asoció el nombre y la figura de Madero, con la más sensacional noticia traída por los estudiantes: la vuelta del cometa Halley, noticia que para el común de los vecinos empalideció los temas de política, y sembró gérmenes de zozobra.
-Ni duda cabe que habrá ya no digo revolución, sino guerras, hambre y peste -profetiza Lucas enfáticamente, por todos lados; acogiendo las opiniones de Pascual, añade: -Cuando salen los apóstoles, el mundo los llama locos, les avientan piedras los muchachos, las autoridades los ponen presos; pero nadie los puede callar, nadie los podrá retener…
Ángel de Campo “Micrós” (México, D.F.)
…Se le escapaban algunos detalles o más bien no quería pensar en ellos porque su amor propio quedaba por los suelos. Cornichón se lo hizo comprender en una agria disputa. Quiso botas y no podía andar con ellas, la sofocaba el corsé, se le ladeaba el sombrero, se le despegaba el vestido y no, no. Era preciso confesarlo, no había nacido para rota. La Rumba de tápalo aplomado arrancaba cuchicheos respetuosos a algunos varones, pero la Remedios disfrazada de catrina, era otra cosa, le hablaban de tú los toreros, las señoras decentes la señalaban como paya. El modesto peinado de costurera le daba un aire gracioso; el fleco sobre los ojos, los rizos, verdaderas patillas, que se enrollaban en sus sienes, el polvo de arroz, hacia que la confundieran con una “de esas”.
¿Qué consiguió con andar en coche, vestir de seda y abandonar su casa?
Sentía inmensos deseos de volver a la polvorienta Rumba, abrumadora nostalgia engendraba en ella el poderoso anhelo de respirar la atmósfera del taller, extrañaba el ruido de la máquina, el chocar de las tijeras, la blanca costura y el desnudo maniquí y aquel sordo rumor de mar, aquel vaivén de ruidosa gente que desfilaba frente a la “Casa de Modas”, aquel run-run que arrulló sus primeros sueños de grandeza.
¡Ser rota! Aquellas palabras eran para ella, después del fiasco, sinónimos de imbecilidad.
- ¡Sea por Dios!- exclamó suspirando, mientras Lupita bostezó y dijo:
- Pero de todos modos estás aquí mejor que en tu casa. ¡Qué plazuela aquella! Es de correr… Horrible… Yo me moriría.
- No lo creas, no hay como su casa. No hay como las gentes de uno; ahí no pasaba hambres. Ahorita, donde me ves, no sé qué comer. Cornichón no me ha dado, y por no dejar ni come aquí, dice que se va con unos amigos, ese es su tema, no creas, lo veo preocupado… ¡Quién sabe! No anda bien, tiene ideas muy raras; de todo se enoja… Esa maldita copa, tú, eso es lo que lo tiene así. ¿Dime, qué hago con ese genio? Por ejemplo ahora, ¿de dónde saco? Es capaz hasta de pegarme.
- Mira Remedios, no te dejes; al que se vuelve miel se lo comen las moscas, y al que se pone en cuatro pies lo ensillan…
La Rumba, pp. 227, 228
José T. de Cuéllar (México, D.F.)
La ceremonia religiosa no ofreció nada de notable, y al salir de la iglesia, la comitiva se disolvió en el atrio, dirigiéndose la familia de Rebeca a su casa, y los novios y el padrino a la fotografía de Valleto, a tomar el consabido retrato en que sobresale la novia enseñando un pie con zapato blanco, colocada la cola de manera que ocupa todo el ángulo inferior izquierdo, y destacándose en el fondo oscuro como si fuera una sola figura; y a su izquierda el novio, perdiéndose en el fondo negro, vestido de negro, y víctima del diafragma que fue necesario poner a la máquina para que el traje blanco de la novia saque detalles.
En medio de todas esas contrariedades artísticas, está el novio chaparrito, trigueñito por añadidura, y víctima también de la velutina de la novia que siempre aparece muy blanca, al grado que si se juzgara de la raza mexicana sólo por las fotografías de novios, aparecería que aquí todas las mujeres son blancas y todos los hombres prietos. Para el fotógrafo la novia es lo que importa, para ella es el foco, la luz, el arte, la atención y la estética; el pobre novio es artísticamente menospreciado, es un detalle del fondo, un accesorio como el sillón, la cortina o la puerta; junto a la cual se supone a la pareja matrimonial, en una actitud en que parece estar diciendo “nos está retratando”…
Los mariditos, pp. 74, 75
Amado Nervo (Tepic, Nayarit)
Todo pensamiento egoísta del hombre, toda idea envilecida por el deseo excesivo de lucro, por el odio, por la avaricia, por la crueldad, atrae inmediatamente hacia la materia de los planos astral y mental correspondientes y lejos de disolverse, de perderse, permanece en el ambiente de aquel que la ha creado.
Es decir, que (según los teósofos) el hombre no sólo es creador cuando esculpe bellas estatuas, cuando escribe hermosos libros científicos o literarios que elevan el nivel mental de sus semejantes; cuando educa los sentimientos de quienes le rodean, cuando edifica sólidos y admirables palacios de mármol, de caridad o de ensueño. No; el hombre no sólo es creador cuando hace buenas y nobles cosas, sino también cuando piensa y ejecuta actos bajos, innobles, bellacos.
Si cede frecuentemente a ideas de este género, si las ampara y alberga, acaba por crear lo que se llama “formas de pensamiento”, intensísimas, que medran a cada nuevo egoísmo, a cada nueva vileza, a cada nueva prevaricación.
Mientras el hombre vive -esta es la creencia de los teósofos- las formas de pensamientos son invisibles para él, no obstante que lo influyen constantemente. Pero después de la muerte, así los pensamientos propios como los ajenos que a él se refieren, se vuelven visibles, tomando formas importunas de las cuales no puede desembarazarse, porque la atracción que hacia él experimenta es la esencia misma de la naturaleza.
En muchos casos, gracias a estas formas los hombres comienzan a darse cuenta de lo odioso y feo de algunos de sus pensamientos o de lo terrible de los pensamientos agresivos que han hecho nacer, con su mala conducta, en los demás…
Nuestro pensamiento, en Las ideas de Tello Téllez, pp. 73, 74
Ignacio Manuel Altamirano (Tixtla, Guerrero)
Jueves 21. ¡Qué recuerdos hay! ¡Cómo van a llorar y a pensar en México todos los que nos aman! Hoy hace un año justamente que salimos de México, que dejamos a la familia y a los amigos. El cielo ha querido conservarnos la vida, durante este año transcurrido en el extranjero, aunque pasando no pocas amarguras a causa de enfermedades y de la ausencia de los seres queridos. Si ese mismo cielo no lo impide, dentro de un año estaremos en México entre los nuestros, y no nos separemos más. El día claro y hermoso. Me corté el cabello y me bañé en los baños del Faubourg Montmartre. Después de comer fui al consulado […]
Martes 16. El gran día de la patria; apareció hermosísimo, radiante, caluroso. Un día tan bello como los de México y más bello porque no hay aguaceros. Vamos hoy a almorzar a casa de Virisin. El almuerzo se concertó anoche; yo rogué a Gamboa, Silva y Pasalagua que invitaran a los mexicanos que quisieran asistir a un almuerzo que pagaríamos entre todos para estar reunidos los individuos de la familia mexicana. No sé cuántos irán, pero de seguro contamos con Gustavo, Olarte, Galván, los dos Maderos, los cinco oficiales, Pimentel, Gamboa, Silva, Prida, Genin, Gostkowski, Meulmans, Berancés, Aurelio, Chatuin, Fernández, Pasalagua y conmigo 23. No estaremos tan solos…
Diarios europeos, pp.40, 54, 55
Mariano Azuela (Lagos de Moreno, Jalisco)
Por tanto, cuando Altagracia suspiró, “¡ay, cómo pasan los años!”, fue día de su santo entre batas y gorras blancas, muy lejos -por no ahondar más la herida- de la Malhora, de Lenín y de la mística familia de Irapuato. Enferma disfrazada de afanadora, ya con dos miriápodos en el vientre, uno por apendicitis que nunca tuvo y otro por salpingitis que tampoco tuvo -bellas cifras estadísticas de valientes aprendices y futuras glorias de la ciencia médico-bancaria.
Cinco años de letargo o de mens sana in corpore sano; luego un día, sin saber a qué hora, sin saber cómo, sin saber por qué, la náusea por el alimento, la jaqueca por la mucha luz, el mal humor porque lo ven y le hablan a uno o porque no lo ven ni le hablan. Los sueños inconexos, absurdos, enervantes; después el perenne desasosiego, los insomnios que funden la línea curva y dejan colgadas de piel ociosa, todo, aparte de la médica, catástrofe crónica y rítmica. Alma doliente de consultorios, dispensarios y casas de beneficencia, bajo la obsesión eterna del médico y la medicina; la fe en el poder de la ciencia y sus satélites; fuerza portentosa que levanta las almas cojas hasta las cimas más altas de la imbecilidad humana. Afanadora, al fin para respirar el mismo aire de las divinidades buítricas. Sólo que no supo que en los hospitales no están los especialistas para afanadoras. Sólo que no supo retener las palabras del médico megalómano y mártir: “Tu dolencia tiene que ver con las industrias, no con la ciencia médica, criadita sin sueldo”.
Y en el momento nebuloso de su despertar -desmayo importuno en plena clínica- un relámpago impío lo acabó todo: “Esa muchacha a la calle; es mucha música ya”…
La Malhora, pp. 51, 52
Federico Gamboa (México, D.F.)
Era verdad. Aquel ensayo de vida honesta la aburría, probablemente porque su perdición ya no tendría cura porque se habría maleado hasta sus raíces, no negaba la probabilidad, pues en los dos meses que la broma duraba, tiempo sobraba para aclimatarse. Además, el Jarameño infundíale un miedo atroz; sentíalo capaz de realizar sus amenazas, las que todos los amantes formulan y muy pocos llevan a cabo: las amenazas de muerte que se profieren en los ratos de desconsuelo sin causa aparente, al predecirnos un despiadado instinto que el amor fenece si no supimos cuidarlo, que la carne que uno adora y el alma que uno cree aprisionada dentro de la propia, pueden írsenos sin que haya humano poder que las ataje: la carne a otra carne, el alma a otra alma… De ahí la amenaza de muerte, la que todos los amantes profieren y muy pocos llevan a cabo.
- “¡Si un día no me quisieras, te mataba!... ¡te juro que te mataba!...”
Quizás a ese miedo debióse la inmotivada infidelidad de Santa a la voluptuosa atracción que el peligro ejerce en los temperamentos femeninos, la curiosidad enfermiza de desafiar la muerte, de temblar a su presencia y con deliciosos terrores aspirar su hálito helado…
…Santa ve llegada su última hora- ¡todo es rápido, todo es solemne, todo es trágico!-, y se postra de hinojos, mirando hacia la imagen, cuyas velas parpadeantes chisporrotean por lo largo de sus pabilos, como los cirios que alumbran a los muertos recién dormidos…
Igual a un tigre antes de abalanzarse sobre su presa, el Jarameño se encoge mucho, y encogido, abre con sus dientes la faca, la cuchilla de Albacere, de muelles que rechinan estridentes, que suena a crimen. La hoja corva reluce… violentísimamente la baja, con el brazo rígido la lleva hacia atrás para que el golpe sea tremendo, para que taladre el corazón que engaña y el cuerpo que se da, para que la mano se empape en la sangre culpable, en los huesos rotos…
Y la hoja, ¡tal es el impulso!, clávase en las maderas de la cómoda que sustenta a la imagen y sus cirios…
Santa, pp. 201, 202
Juan Rulfo (Sayula, Jalisco)
- ¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad.
- No puedo. Hay allí un sargento que no quiere oír hablar nada de ti.
- Haz que te oigan. Date tus mañas y dile que para sustos ya ha estado bueno. Dile que lo haga por caridad de Dios.
- No se trata de sustos. Parece que te van a matar de a de veras. Y yo ya no quiero volver allá.
- Anda otra vez. Solamente otra vez, a ver qué consigues.
- No. No tengo ganas de ir. Según eso, yo soy tu hijo. Y, si voy mucho con ellos, acabarán por saber quién soy y les dará por afusilarme a mí también. Es mejor dejar las cosas de este tamaño.
- Anda, Justino. Diles que tengan tantita lástima de mí. Nomás eso diles.
Justino apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:
- No.
Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.
- Dile al sargento que te deje ver al coronel. Y cuéntale lo viejo que estoy. Lo poco que valgo. ¿Qué ganancia sacará con matarme? Ninguna ganancia. Al fin y al cabo él debe de tener un alma. Dile que la haga por la bendita salvación de su alma.
Justino se levantó de la pila de piedras en que estaba sentado y caminó hasta la puerta del corral.
Luego se dio vuelta para decir:
- Voy, pues. Pero si de perdida me afusilan a mí también, ¿quién cuidará de mi mujer y de los hijos?
- La Providencia, Justino. Ella se encargará de ellos. Ocúpate de ir allá y ver qué cosas haces por mí. Eso es lo que urge…
¡Diles que no me maten!, pp. 175, 176
Juan José Arreola (Jalisco)
…Mareado de verónicas, faroles y revoleras, abrumado con desplantes, muletazos y pases de castigo, don Fulgencio llegó a la hora de la verdad lleno de resabios y peligrosos derrotes, convertido en una bestia feroz. Ya no lo invitaban a ninguna fiesta ni ceremonia pública, y su mujer se quejada amargamente del aislamiento en que la hacía vivir el mal carácter de su marido.
A fuerza de pinchazos, varas y garapullos, don Fulgencio disfrutaba sangrías cotidianas y pomposas hemorragias dominicales. Pero todos los derrames se le iban hacia adentro, hasta el corazón hinchado de rencor.
Su grueso cuello de Miura hacia presentir el instantáneo fin de los pletóricos. Rechoncho y sanguíneo, seguía embistiendo en todas direcciones, incapaz de reposo y de dieta. Y un día que cruzaba la Plaza de Armas, trotando a la querencia, don Fulgencio se detuvo y levantó la cabeza azorado, al toque de un lejano clarín. El sonido se acercaba, entrando en sus orejas como una tromba ensordecedora.
Con los ojos nublados, vio abrirse a su alrededor un coso gigantesco; algo así como un Valle de Josafat lleno de prójimos con trajes de luces.
La congestión se hundió luego en su espina dorsal, como una estocada hasta la cruz. Y don Fulgencio rodó patas arriba sin puntilla”…
Pueblerina, pp. 105,106
Gerardo Murillo “Dr. Atl” (Guadalajara)
…Cuando “la bola” se hizo grande, y Francisco Villa apareció en la escena de la Revolución, saturando con su barbarie la república entera, los rancheros que tenían alguna injuria que vengar, los soldados de fortuna, y los hombres audaces que habían vivido siempre en el campo, subyugados, y llenos de rencor contra las instituciones o contra el patrón o contra algún enemigo personal, se unieron al guerrillero. Julián del Real que era uno de estos últimos, se hizo villista, y durante muchos meses peleó contra enemigos de otros bandos, con una audacia siempre coronada por el éxito. Los carrancistas lo odiaban; pero el pueblo lo adoraba.
Era supersticioso y muy amante de la música como todos los hombres de su pueblo natal. Pero sólo admitía tres músicos en sus fiestas. Los cuartetos no le gustaban. Decía que traían mala suerte...
…Julián del Real, que se había casado esa misma mañana, andaba bailando con una de las muchachas más bonitas del pueblo y la galanteaba con escándalo -por darle en la cabeza a su mujer-. En una de las vueltas que dio por la sala, se detuvo frente a los músicos y los contó varias veces señalándolos con el dedo: uno… dos… tres… cuatro… y otra vez: uno… dos… tres… cuatro…
-Ultimadamente -dijo- yo no he mandado trair más que tres músicos. Aquí sobra uno. Me cuadra muncho que me obedezcan. Sacó la pistola y se la vació en la cabeza al que tocaba el violín.
-Ya lo ve, amigo -le dijo al muerto-, pa que no se ande metiendo donde no lo llaman. Ora sí estamos cabales- agregó enfundando la pistola-. Ya nadie sobra…
Nomás tres, en Cuentos bárbaros y de todos colores, pp. 15, 16
Agustín Yañez (Jalisco)
Los muchachos vienen mentando a un tal Francisco Madero, que anda por el Norte diciendo discursos antireeleccionistas; unos dicen que está loco: nada menos quiere figurar como vicepresidente al lado de don Porfirio; otros, que es espiritista y masón, que llegado el tiempo contará con la ayuda de los gringos; otros, que carece de toda importancia, cuando ni el general Reyes ha podido con la situación; éste si que nos llevaría al anarquismo; pero no hay caso: no es general, ni siquiera licenciado: un ranchero de Coahuila; ¿cuándo han venido del Norte las revoluciones?
-“¿Ya lo ven? Pues ustedes han de acordarse de mí -dice Pascual Aguilera, estudiante de quien se rumora que no volverá ya este año al Seminario-; ¿por qué Madero está metiendo tanto ruido, y se hace oír en todas partes, y en todas partes funda el partido antirreeleccionista, y siendo él rico lo siguen los pobres? Así comienzan los apóstoles. Que se anden con cuidado los científicos y se acuerden de la historia de David y Goliat. Ustedes han de acordarse de mí”. Pero nadie comparte la opinión de Aguilera.
En lo que los estudiantes hallan acuerdo es en la opinión de que Reyes no dará la pelea y las cosas continuarán como hace treinta años.
Lucas Macías procura grabarse las señas: -“Un blanco, chaparro él, de barba, nervioso y simpaticón”.
Lucas no sabría explicar por qué desde un principio asoció el nombre y la figura de Madero, con la más sensacional noticia traída por los estudiantes: la vuelta del cometa Halley, noticia que para el común de los vecinos empalideció los temas de política, y sembró gérmenes de zozobra.
-Ni duda cabe que habrá ya no digo revolución, sino guerras, hambre y peste -profetiza Lucas enfáticamente, por todos lados; acogiendo las opiniones de Pascual, añade: -Cuando salen los apóstoles, el mundo los llama locos, les avientan piedras los muchachos, las autoridades los ponen presos; pero nadie los puede callar, nadie los podrá retener…
Al filo del agua, pp. 280, 281
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Imágenes:
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http://www.taringa.net/posts/imagenes/917573/Remedios-Varo.html (La llamada. Remedios Varo, 1961, óleo/masonite 98.5 x 68)
http://sepiensa.org.mx/contenidos/l_novo/home/altamirano12.html
http://tenoch.scimexico.com/2008/02/21/la-coyolxauhqui-30-anos-de-su-descubrimiento/
http://www.beltri.es/ricardo_beltri_lloverab.htm
http://desdelainsulabarataria.blogspot.com/2010/01/diles-que-no-me-maten.html
http://sogradargos.blogspot.com/2010_03_01_archive.html
http://www.arteyfotografia.com.ar/4700/fotos/58852/
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