El siglo de la comunicación


La centuria que termina podemos calificarla como de la comunicación.

Llamarla así tal vez pueda parecer petulante, sobre todo si se toma en cuenta la falta de legitimidad que padece nuestro campo de estudio, el cual, además, está sujeto a constantes cuestionamientos de las ciencias sociales y también de las llamadas ciencias duras. Sin embargo, el siglo XX se ha caracterizado por el desarrollo de tecnologías que propiciaron nuevas formas de comunicación, las que a su vez dieron lugar a importantes cambios sociales.

Aún con estas reticencias, puede ser reconocido como el siglo de la comunicación porque comienza y termina con actividades destacadas que se derivan de nuestro campo de estudio.

En efecto, el siglo XX se inició cuando la sociedad de masas estaba en gestación. Estos cambios están estrechamente vinculados a los medios masivos de comunicación: prensa, cine, radio y televisión. Cada uno, en su momento, fue un desarrollo técnico que al insertarse socialmente tuvo repercusiones que están más allá de toda duda. En cuanto al final, es también innegable que este siglo y milenio se cierra con lo que algunos llaman sociedad de la comunicación, otros de la información, informatizada o informacional. Estos cambios, sin embargo, no deben ser interpretados dentro de los parámetros del determinismo tecnológico, sino como consecuencia de las producciones y prácticas culturales de esas dos épocas.

En ambos extremos, principio y final del siglo XX, cabe destacar que quienes ponderan como determinantes los cambios producidos por la comunicación, no lo hacen sólo desde nuestro campo de conocimiento sino desde otras disciplinas como la sociología, filosofía, ciencia política, entre otras, que actualmente se manifiestan en las voces de Giovanni Sartori, Gianni Vattimo, Alain Touraine, Leotard, Habermas, Castells, por sólo mencionar algunos. Esto sin duda cobra relevancia porque, como afirma el investigador brasileño José Marques de Melo, la legitimidad debe venir desde afuera, lo cual no excluye alcanzar identidad, legitimidad y también un nivel alto de autoestima al interior de quienes integran el campo de estudio de la comunicación.

Desde el punto de vista de la investigación se suele tomar la década de 1920 como fecha de nacimiento de los esfuerzos por teorizar la comunicación e incluso encontrar propuestas metodológicas. Desde entonces hasta ahora se han realizado estudios, investigaciones, propuestas teóricas que conforman la historia del campo de estudio de la comunicación en los últimos 80 años. Una historia que, por cierto, aún se encuentra dispersa, debido a que por un lado no ha sido totalmente reconstruida y, por otro, no cuenta con los suficientes espacios para su difusión.

Aunque estos 80 años de existencia pueden ser analizados desde perspectivas diversas, este estudio trata de tres ejes fundamentales: la investigación, la enseñanza de la comunicación y el lugar social que ocupa el campo de conocimiento.

Investigación
La comunicación es un campo de conocimiento dinámico y cambiante, que ha logrado consolidar algunos paradigmas y proponer ciertos instrumentos metodológicos. El objeto de estudio, tan cuestionado en ocasiones debido a su amplitud y dispersión, casi siempre termina refiriéndose al proceso de comunicación y de manera más específica, a una parte del proceso de comunicación (emisor, mensaje o receptor).

Para algunos autores, esta tríada aristotélica no ha hecho más que restringir el campo de estudio de la comunicación, ya que el proceso de comunicación trasciende al histórico triángulo. [1] Aún así, es digno de reconocerse que en cada momento, según las diferentes corrientes teóricas, incluso según la perspectiva de aproximación que realizan los investigadores, se pone el acento en uno de los elementos del proceso (en América Latina, por ejemplo, son abundantes los estudios de emisores desde la perspectiva económica). Así, son pocas las veces en que se logra estudiar, por complejo y amplio, todo el proceso de comunicación.

Pero la investigación, al igual que los otros dos ejes, ha estado sujeta a tensiones, presiones y restricciones constantes, que de algún modo han influenciado el desarrollo de los estudios de comunicación. Estas tensiones o presiones son muchas y de diversa índole.

Las de orden económico se han visto reflejadas en dos vertientes: mucha investigación aplicada y presupuestos escasos para la investigación, que a falta de una mejor definición llamaría básica. Dicho en otros términos, en general los presupuestos para investigar en nuestro campo de conocimiento están referidos a investigaciones administrativas aplicadas, realizadas por encargo para determinar aspectos específicos en una situación también específica. La comunicación política constituye un ejemplo de esto, ya que si bien ha hecho avanzar de manera destacada el campo de conocimiento, también ha cometido el pecado de la generalización o, lo que es peor, el del desconocimiento de los hallazgos por resultar demasiado reveladores en sentido opuesto a los resultados esperados por el candidato o partido que financia el estudio. [2]

Otra de las tensiones a las que ha estado sujeta de investigación la comunicación es a la investigación indirecta, consecuencia de la falta de presupuestos que se apunta. Ante la ausencia de recursos se suele recurrir con más frecuencia que la deseable a las citas, ensayos o discursos sobre discursos. Esto representa el riesgo de empobrecimiento para la comunicación debido a la falta de investigación directa, empírica, de campo, que permita hacer avanzar a la teoría y la metodología.

También destacan como presión o tensión, las lecturas que sobre la comunicación se hacen desde otros campos de conocimiento. Aunque se debe reconocer la importancia que para el desarrollo de la comunicación han tenido la sociología, la psicología, la física, la antropología, la lingüística, entre otras, es también importante identificar que algunas de estas disciplinas han incurrido en un cierto determinismo acerca de lo que es la comunicación, además, no han acertado a comprender que el proceso de comunicación va más allá del análisis de uno solo de sus componentes. Los estudios de efectos no agotan el análisis de la comunicación, como tampoco lo hace un cuidadoso análisis económico de la integración de las empresas mediáticas, por sólo mencionar unos ejemplos.

Existe dispersión en nuestro objeto de estudio (y esta es otra de las presiones que experimentamos como campo de conocimiento), lo que ha propiciado vaivenes en los estudios, dando como resultado fragmentación y falta de profundización en algunos temas.

Como última tensión o presión a la cual se ha visto atada el campo de estudio de la comunicación es la legitimación. Este es un aspecto central que está entrecruzado con todas las demás tensiones mencionadas y es también el mayor desafío hacia el siglo XXI. La legitimidad que viene desde afuera tiende a percibir al campo como poco serio, disperso, ambiguo, sin embargo, no es posible seguir ignorando la importancia que tiene estudiar la influencia de la comunicación en la sociedad, con bajos presupuestos para investigación, escaso reconocimiento a los investigadores y a los estudios de la especialidad. El desafío, no obstante, es superar las investigaciones segmentadas o parciales y pasar a reflexionar acerca de la comunicación como un proceso completo y complejo que nos atañe a todos. En este sentido, es también importante reconocer que esta falta de legitimidad exterior se ha revertido de manera negativa en nuestra propia identidad. La baja autoestima que miembros de la comunidad de comunicación a veces manifiestan, es un sentimiento a superar de manera personal y colegiada, porque es también el motor para alcanzar el reconocimiento desde afuera.

Enseñanza
En América Latina las escuelas de periodismo primero, ciencias de la información luego y más tarde de la comunicación, se originaron entre 1950 y 1960, a partir del modelo norteamericano redistribuido por CIESPAL (entonces, Centro de Investigación y Estudios sobre Periodismo para América Latina) con base en las propuestas norteamericanas. Muchas carreras padecieron del pecado original que consistió en reunir en una sola licenciatura la enseñanza del amplio campo de conocimiento que supone el periodismo, la información o la comunicación en sus diferentes manifestaciones: política, educativa, organizacional, propagandística, publicitaria, etcétera. Con el tiempo vendrían las especializaciones, pero debieron pasar varios lustros para que esto sucediera y sólo en algunos casos.

Desde sus inicios, la ubicación de los nuevos estudios no fue fácil: facultades de ciencias políticas, de derecho, arte, ciencias sociales, humanidades o filosofía, fueron algunos de los espacios en donde se acomodó a la nueva carrera. En pocos casos se crearon escuelas ad hoc.

Pero no sólo en materia de espacio se padeció el desconcierto inicial, junto con ello (o en la base) se manifestaba la duda sobre si el nuevo campo de estudio era arte, ciencia o técnica. No es momento de poner punto final a estas viejas reflexiones ni de decidir si se está ante una ciencia o no, sino de apuntar que en cada caso la construcción de ese espacio para el conocimiento de lo que hoy se llama comunicación, fue diferente y dependió en buena medida de las circunstancias sociales, económicas, culturales y políticas. Como resultado, se tienen hoy carreras con metas y especializaciones distintas, que producen egresados diferentes.

¿Cuáles han sido las tensiones de la enseñanza de la comunicación? Muchas. La falta de ubicación original se derivó más tarde en una suerte de desprofesionalización de la especialidad, fenómeno que puede percibirse con claridad en la presencia de profesores de otras disciplinas, impartiendo clases que son propias de la comunicación. [3] A esto que era inevitable al principio, se sumó la falta de legitimidad exterior, el desconocimiento preciso del objeto de estudio y los avances teórico-metodológicos del campo.

Los resultados fueron diversos y en algunos casos contribuyeron a aumentar la falta de autoestima y de legitimidad. Entre ellos se destacan dos: egresados con preparación poco precisa para el desempeño de algunas habilidades importantes en el campo del conocimiento y reducción del objeto de estudio a un aspecto parcial del proceso de comunicación (los efectos, por ejemplo). Como producto de esta situación, hoy se lamenta que existan pocas investigaciones sobre las dinámicas de producción de los medios o acerca de los procesos de recepción, mientras que abundan estudios de emisores (en especial sobre las empresas y su estructura económica), de efectos referidos a ciertos aspectos de la vida social como lo es la política o mediciones de audiencia (rating).

A pesar de estas tendencias, las carreras de comunicación se multiplican para dar respuesta a un interés creciente de los alumnos por seguir estos estudios. ¿Producto del glamour de los medios? ¿Resultado de la importancia social que la comunicación va alcanzado? ¿Reconocimiento implícito de la centralidad que este campo de conocimiento posee en la sociedad del siglo XX y XXI? Se trata de una mezcla de esos factores, no obstante para algunos es sólo producto de la liviandad del campo.

La historia entrega no pocos casos de resistencia al cambio en materia de conocimiento, frente a ellos el de la comunicación es un campo que se ha ido construyendo sin pausa y con éxito. Sin embargo, en materia de enseñanza de la comunicación queda aún mucho por hacer. Exigir una mayor profesionalización de los docentes, recuperar la experiencia que algunos profesionales adquieren en los medios para canalizarla a la enseñanza, responder al dinamismo del campo que igual exige actualización para el manejo de nuevos medios y lenguajes, que reconocer novedosas formas de apropiación de los mensajes y, sobre todo, formar comunicólogos críticos, capaces de reflexionar, cuestionar y proponer cuando se trata de elaborar contenidos.

El lugar social de la comunicación
El lugar social que ocupa la comunicación no es un aspecto que se puede analizar sin tomar en cuenta la investigación y la enseñanza, al contrario, se trata más bien de caras diversas de un mismo prisma.

Manuel Castells habla de una revolución y un paradigma de la tecnología de la información, que lo conducen a oponer el informacionalismo al capitalismo, concibiendo al primero como un nuevo momento en la historia del mundo que coincide con el proceso de globalización. [4]

Desde otra óptica, Gianni Vattimo afirma que:

El intensificarse de los fenómenos comunicativos, el acentuarse de la circulación de la informativa hasta llegar a la simultaneidad de la crónica televisiva en directo (y a la aldea global de McLuhan), no representa sólo un aspecto entre otros de la modernización, sino, de algún modo, el centro y el sentido mismo de este proceso. [5]

Por su parte Giovanni Sartori ha dedicado un libro a la sociedad teledirigida, en el que pone de manifiesto algo que para los estudiosos de la comunicación era ya muy conocido: la importancia de la televisión en la vida política de las naciones y los ciudadanos. [6]

Para Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique, dos paradigmas sociales en los que se edificaba el Estado moderno han cambiado: el reloj (entendido como una máquina creada en el siglo XVIII cuya perfecta ecuación hacía coincidir la medida del tiempo y el espacio) y el progreso. Según este autor, las sociedades concebidas como máquinas perfectas, donde todo funcionaba, hoy tienen piezas sueltas, sobrantes, en ellas no todo es armónico porque ahora son las fuerzas del mercado y la comunicación las que hacen que las cosas funcionen, aún cuando se trata de un mercado que sólo integra elementos rentables. Ramonet opina que el lugar que antes ocupaba el progreso está en manos de la comunicación debido a que el bienestar que antes proporcionaba esa idea de progreso, ahora se consigue al poder comunicarnos. [7]

Aunque este lugar destacado de la comunicación representa un desafío para nuestro campo de conocimiento tanto en investigación como en docencia, no debe ser visto sólo con triunfalismo, porque como afirma Bernard Miége:

La revolución informacional en curso produce y reproduce desigualdades y simetrías, incluso en los países considerados como avanzados, donde durante mucho tiempo alcanzará tan sólo a una minoría, pero una minoría que acumulará tanto en el trabajo como en la vida privados los objetos, servicios y actividades vinculadas a ella. [8]

Sin duda se está ante un redimensionamiento del lugar social que ocupa la comunicación, tanto que hoy en día se le involucra no sólo con el mundo del entretenimiento o de la información, como se hacía tradicionalmente, sino con aspectos tan destacados para la vida cotidiana como es el trabajo y la educación, actividades donde se considera a la comunicación como un verdadero insumo cuyo valor es sustantivo dentro de todo el proceso, ya sea educativo o laboral.

Dentro de este redimensionamiento general vale la pena mencionar otro aspecto destacado: se ha dicho que los periodistas son los intelectuales de fin del siglo XX. [9]En efecto, son muchas las personas que toman contacto con los acontecimientos, la información y el conocimiento, casi exclusivamente a través de los medios, sobre todo los electrónicos. Esta afirmación, que puede tener muchos matices, constituye en sí un desafío para la formación de los comunicólogos, si se toma en cuenta la importancia fundamental que se atribuye a su papel social.

Reflexiones finales
El reconocimiento externo, la legitimidad desde afuera, será resultado de la autoestima que desarrollen los protagonistas del campo de conocimiento de la comunicación. Una autoestima que, para ser real, sólo es posible conseguir en trabajos cada vez más cuidadosos, profesionales y serios que eviten reiterar los vicios del pasado y potencien las virtudes que hoy en día se presentan para nuestro campo de conocimiento.


* * *

Delia Crovi Druetta.
Profesora e investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.
fundacionbuendia@prodigy.net.mx

Artículo originalmente publicado en Revista Mexicana de Comunicación. Fundación Manuel Buendía.


Notas
[1]:Aladro, 1997.

[2]:Durante las campañas políticas para las elecciones presidenciales de México a efectuarse en el año 2000, se presentaron innumerables ejemplos de esta manipulación de resultados, sobre todo referida a las preferencias del electorado medida a través de encuestas.

[3]:Cabe aclarar que estos comentarios no restan el enorme valor que poseen los estudios interdisciplinarios, transdisciplinarios o interciencia como prefiere denominarlos Eva Aladro, investigadora de la Universidad Complutense de Madrid. Se refieren a profesores que, provenientes de otras disciplinas, dan clases en el área de comunicación pero niegan valor al campo de estudio por considerarlo poco estructurado. No obstante, en sus clases o trabajos se percibe que desconocen los avances teóricos y metodológicos alcanzados en los casi cien años de desarrollo de la comunicación. Son casos en los que la falta de legitimidad o invalidación se fundan en la ignorancia.

[4]:Castells, 1999.

[5]:Vattimo, 1996:93.

[6]:(Sartori, 1998.)Si se hace alusión al libro Homo videns, de Sartori, no se debe a la originalidad de su planteamiento, sino a la difusión que tuvo él mismo y a que viene de un campo ajeno al de la comunicación: el de la ciencia política, lo cual marca de algún modo un elemento de legitimidad de nuestro campo desde afuera.

[7]:Crovi, 1999.

[8]:Miége, 1999: 148.

[9]:En un sentido más amplio, se puede considerar también a los conductores, presentadores, entre otros comunicadores que laboran en los medios.


BIBLIOGRAFÍA
  • Aladro, Eva, Las Ciencias de la Información, entre la innovación y la erudición, Cuadernos de Información y Comunicación, CIC, núm. 3, otoño de 1997, Universidad Complutense de Madrid, España, pp. 37 - 46.
  • Becerra, Martín, "Entrevista con Bernard Miége", en Voces y culturas, núm. 14, II Semestre de 1998, Barcelona, España, pp. 143 - 162.
  • Castells, Manuel, La era de la información, Tomos I, II, y III, Editorial Siglo XXI, México, 1999.
  • Crovi Druetta, Delia, Los jóvenes ante la convergencia tecnológica. ¿Un ejercicio de tolerancia?, UNAM, México, 1999. Libro colectivo en prensa.
  • Sartori, Giovanni, Homo videns. La sociedad Teledirigida, Ed. Taurus, México, 1998.
  • Silverstone, Roger y Eric Hirsch, Los efectos de la nueva comunicación, Boch Comunicación, Barcelona, España, 1996.
  • Vattimo, Gianni, La sociedad transparente, Ediciones Paidós, España, 1996.


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